- La Cumbre
Todo había comenzado en un barranco a algunos kilómetros de allí. En una 4x4 recientemente adquirida, el gringo se hacía el habilidoso pasando los arroyos y desafiando los ripios como lo había visto hacer en las películas de acción.
Algunos kilometros más lejos, él estaba lamentablemente plantado. Hacía una hora que intentaba enderezar la maldita chapa que se había torcido con una maldita ramita y que no dejaba de abollarse y arrastrarse.
Como no había nadie a bordo que le proporcionase algún tipo de ayuda, tomó entonces la decición de llevar, como podía, su vehículo al pueblo más cercano. Se internó en las calles acalladas bajo la mirada burlona de los autóctonos.
Pepe, viéndolo zurcar la calle con la chapa chisporroteante, no se había sorprendido con su presencia, enarbolando aquel aire de resignación del que está acostumbrado, acostumbrado a esos gringos que llegan con sus grandes sonrisas a pedirle que haga un milagro. Entonces, como era de esperar, él y su acólito pusieron manos a la obra porque no había que hacer esperar al gringo.
Y el gringo, por su parte, durante ese tiempo, no sabiendo dónde meter la nariz, erraba volteando a diestra y siniestra, cosa de hacer algo. Comiéndose las uñas, preguntándose si estaba en buenas manos, se acercó para husmear cuando de repente vió al acólito darse con la llave inglesa en medio de la mandíbula y seguidamente escupir un par de dientes en la fosa. Eso lo tranquilizó.
El garage de Pepe estaba en uno de esos lugares donde el tiempo parece no tener influencia. Apestado de olor a aceite y con el aire viciado de un local mal ventilado, atestado de chatarra y residuos en estado de descomposición avanzado, atiborrado de piezas oxidadas, habría podido ser el decorado de un policial negro de los años ´50. Calandrias, tapas de radiadores y calendarios de chicas ligeras ed ropas poblaban las paredes enngrecidas y polvorientas.
Al día siguiente, Pepe y su acólito (dos dientes menos y un tabique quebrado), habían enderezado finalmente la maldita chapa. Con el escrúpulo de aquellos que piensan que el gringo se va a dar cuenta de que lo están “vaciando”, le pidieron 60 pesos. El gringo todo feliz de salir del apuro sin gastar mucho, se abrió paso con un billete de 100 y con el “está bien” de un Gran Señor
El gringo pensó: qué hombre este Pepe! Y Pepe se dijo: qué huevón este gringo…
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